Ese amigo informático

Hasta la comida y ni un minuto más

Dec 052014

Hace años, alrededor de 1993, antes de que me dedicara profesionalmente a prestar servicios como informático, iba haciendo evangelismo tecnológico sin coste y sin intención de cobrar a todo aquel que me lo pedía. De hecho para mí era una manera para poder hacer uso de nuevos equipos y seguir aprendiendo.

En una ocasión tras haber instalado Windows 3.1 con todos los programas necesarios para poder crear documentos o manipular imágenes y tener una colección de discos de 3,5" que es como se almacenaba en los 90 la información iba recorriendo los domicilios de amigos, conocidos y amigos de amigos distribuyendo el software en equipos 386 y 486. Era sorpredente (para mí) cómo personas con las que trataba habitualmente, pero que normalmente no tenían mucha relación conmigo me invitaban a ir a su casa a ponerles en marcha sus ordenadores.

El caso al que me refiero es el de Manuel Gamarranz. Un chico que conocía desde los primeros años de colegio que compró un ordenador y un domingo me invitó a ir a su casa después de misa para llenar de vida y programas su nueva máquina. Allí fuimos, saqué de su caja los cuarenta o cincuenta discos de que disponía y empecé con la instalación. Una animada charla sobre informática y otras cuestiones fue llenando la instalación. Pasaran las doce, llegó la una. Terminaron de copiarse los archivos y el sistema estaba listo, sólo había que configurar al unos parámetros específicos del equipo y añadir algún programa que no iba en el paquete principal. Todo bien, cómo lo pasamos. Un comienzo de amistad para toda la vida germinaba en esa casa al calor de la cpu. ¡Qué emoción!

Llegaron las dos de la tarde y la madre apareció con un platito con rodajas de chorizo y pan. Qué gente más maravillosa, estaban valorando mi trabajo en lonchas de chorizo (qué rico). Seguí con mi trabajo y de vez en cuando iba picando, junto con mi nuevo amigo, algo del platillo hasta que se terminó.

Las tres de la tarde. Ya faltaba muy poco para acabar, pero aún faltaba. Apareció la madre de Manuel de nuevo. ¿Qué traería esta vez? Quizás un poco de queso o una latita de mejillones. Pero trajo algo distinto.

- Manuel, hijo, ¿este chico no tendrá ya que irse a comer?

No lo podía creer, la magia se había roto. Había un tiempo límite marcado para asistir informáticamente a la gente de forma gratuita para esta familia. La hora de comer. El choricito y el pan eran sólo un aviso que debía indicarme que en breve debía volver a mi casa.

Recogí mis discos, los metí de nuevo en su caja. Apagué correctamente el ordenador y me fui de allí con una extraña y nueva sensación: Al informático voluntario(so) se le usa y luego se le despide antes de comer.

 

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